Claudia Daza
Sergio Calero ha escrito la biografía del artista tupiceño y al hacerlo ha trazado el retrato de un hombre en diálogo constante con su tiempo.
Vida, pasión y muerte de Alfredo Domínguez es el nombre del libro que se presentó este 9 de julio en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (MUSEF) de la ciudad de La Paz, en un día cargado de simbolismo. Alfredo nació un 9 de julio de 1938 y este año habría cumplido 87 años. La biografía, escrita por Sergio Calero, es un homenaje que revive su obra y la devuelve al lugar que merece en la historia cultural de Bolivia. El evento contó con la presencia de Gladys Cortez, viuda de Domínguez, quien acompañó la emotiva presentación.
Claudia Daza: ¿Por qué decidió escribir una biografía de Alfredo Domínguez?
Sergio Calero: Fue la continuación de una admiración que tengo por Alfredo desde mi adolescencia. Pero en esa admiración me encontré con que siempre era una información parcial, nunca había realmente todo lo que quería saber. Hay un par de libritos, muchos artículos dispersos. Entonces, en una entrevista que le hice a Gladys (Cortés), viuda de Domínguez, le pedí su aval para empezar la biografía. Básicamente porque no había una biografía completa. Y de esto han pasado ya más de 10 años, casi 10 años de recopilar el material, de encontrar lo que yo quería: una sólida base de datos de su obra. Pero, por otro lado, rescatar –y esa es la esencia del libro– prácticamente todas las entrevistas que ha dado Alfredo Domínguez, porque me interesaba que el libro fuera, sobre todo, su testimonio: su pensamiento, su sentimiento, su palabra. Entre largas jornadas en hemerotecas y la revisión minuciosa de periódicos y revistas, surgió el retrato de un hombre en diálogo constante con su tiempo.
CD: Dijo que el proceso de escritura fue como un “dictado”. ¿Cómo lo vivió?
SC: Ha sido algo casi inexplicable. Yo tenía los discos básicos de Alfredo, pero de unas formas absolutamente inusuales me empezaron a llegar los otros discos que no tenía y que necesitaba para analizarlos, estudiarlos, compararlos unos a otros. Por un lado, vino de una forma inusual esa obra, pero por otro lado me convertí en un ratón de hemeroteca. Pasé horas, horas y más horas revisando periódicos de todas las fechas, buscando no solo las entrevistas con él, sino también para lograr la segunda columna del libro, que es el testimonio de las personas que lo conocieron. Era importante sumar muchos personajes. Y además, porque me interesaba –y esta es la tercera columna del libro– armar un contexto sociocultural y económico que permitiera entender la época en la que Alfredo hizo lo que hizo. Así que el libro tiene aproximaciones a lo que estaba ocurriendo política, económica y culturalmente en el país, y para eso tenía que respaldarme básicamente en el trabajo de hemeroteca. He estado horas, de horas, de horas, pero te confieso: muy feliz.

CD: ¿Cómo era el periodismo en ese instante? ¿Indagaba el trabajo de Alfredo a fondo o era superficial?
SC: Estamos hablando básicamente de mediados de los 60, en una época en la que el nacionalismo que había dejado la Revolución del 52 otorgó mucha importancia a la cultura y al rescate, tanto en la pintura, la música como en el cine. Es interesante que, a mitad de esa década de los 60, justo cuando estaban ocurriendo cambios en el mundo con los Beatles, Bolivia empieza a vivir su propio cambio, básicamente por el arribo del Gringo (Gilbert) Favre que abrió la Peña Naira con Pepe Ballón y que permitió la reunión de muchos artistas que estaban dispersos, entre ellos Alfredo Domínguez. La prensa entonces empezó a hacer seguimiento también de estas nuevas formas musicales. Incluso hubo polémicas en torno al término “neo folclore”. Gente de Presencia se encontró en debate con El Diario sobre si se podía hablar de neo folclore o no. Esas polémicas creo que ayudaron mucho a difundir lo que realmente estaban haciendo Alfredo, Los Jairas y la Peña Naira: una nueva concepción del folclore.
CD: En el libro comienza hablando de Tupiza, la tierra natal de Alfredo. ¿Qué descubrió allí?
SC: Es imposible hablar de Alfredo sin hablar de Tupiza. Por eso mismo fui a conocerla; no la conocía. Caminé por sus calles acompañado de Gladys, que me llevó a cada rincón: la escuela, los mercados, el cine donde él vendía dulces. Tupiza ya era un centro cultural importante antes de Alfredo: un punto de paso de la minería, cuna de periódicos tempranos y del grupo Nuevos Horizontes, fundado por Liber Forti, que fue clave en la formación artística y ética de Alfredo. En toda su vida, Alfredo siempre nombró Tupiza como su esencia, su cimiento.
CD: ¿Llegó usted a conocer personalmente a Liber Forti?
SC: No, no pude conocerlo y me hubiera encantado porque es una persona clave en la historia de Alfredo Domínguez. Alfredo, a los 12 años, ya era parte de Nuevos Horizontes y se formó con Liber Forti. En el libro incluyo algunas experiencias que el propio Liber Forti contó sobre Alfredo y que fueron claves para su formación tanto artística como ética. Esa posibilidad de hacer el arte como algo integral tiene mucho que ver con Tupiza. La primera exposición de dibujos que hace Alfredo fue auspiciada por Nuevos Horizontes. Es un lugar entrañable, y en toda su vida Alfredo siempre lo nombró como la esencia, el cimiento de toda su obra. Era fundamental referirme a Tupiza, estar allí y, de alguna forma, el libro también se lo dedica a Tupiza.

CD: En el libro cuenta que Alfredo fue zafrero, payaso, futbolista, y que Liber Forti le recomendó dedicarse a la guitarra. ¿Cómo ocurrió ese giro en su vida?
SC: Esa es la lucidez de algunas personas que ven el talento de otros más claramente que uno mismo. Alfredo había llegado a La Paz para entrenar como arquero en Bolívar. Un día en la calle se encuentra con Liber Forti, quien le dice: “Arqueros va a haber muchos, pero guitarristas como tú no. Cuida tus manos”. Al principio ese consejo lo molestó, pero con los días entendió que era lo más sano que le habían dicho. Dejó de ir a los entrenamientos y se enfocó de forma más disciplinada en la guitarra.
CD: En La Paz, creo que las radios jugaron un papel clave en la difusión de su obra. ¿Cómo fue ese momento?
SC: Tal era su capacidad y ese virtuosismo con la guitarra que ya tenía desde antes de llegar a La Paz, que sobresalía de inmediato. Una de las personas que se dio cuenta fue justamente el señor Méndez de radio Méndez, que fue uno de los que lo impulsó a seguir, aunque él le decía que en esa época lo que estaba funcionando eran los grupos de zamba y le sugería a Alfredo que arme un grupo. Pero también eso es muy notable para mí el cómo Alfredo siempre tuvo muy claro lo que quería hacer. Su música era una expresión al principio individual en su guitarra, y luego ya con otros músicos. Es en un show de radio Méndez cuando tiene una acogida enorme de estudiantes de la Facultad de Medicina. Ese impulso le permite, por ejemplo, ir a representar a Bolivia para un programa en Argentina y luego ser elegido para ir al Festival de Salta. Paso a paso, seguramente fue muy lento para él, pero visto en la historia quizás fue muy rápido: en unos cuatro años ya era una de las figuras más importantes de la música, por lo menos en La Paz.
CD: Alfredo era un artista integral, capaz de pintar, tocar, ensayar y trabajar al mismo tiempo, ¿cómo lo logró?
SC: No sé cómo lo hacía, pero tenía esa capacidad. Gladys me cuenta que dormía muy poco y eso se nota. Logra hacer un estilo propio en su plástica, con una paleta cromática que a mí me lleva directamente a los cerros colorados de Tupiza. Su temática nunca se salió de lo que le interesaba y le impactaba: la pobreza de los niños, la que él mismo vivió. Esto está reflejado básicamente en su pintura. Pero un elemento muy importante de Alfredo era su humor, que empieza a manifestarse en su manejo del dibujo con las caricaturas que hacía. Uno de sus primeros trabajos fue como caricaturista de los jugadores de fútbol y tenía una gran capacidad para ello. Luego, ya en Europa, tuvo que aprender el grabado y no solo lo aprendió, sino que terminó diseñando su propia técnica de grabado. Alfredo nunca siguió las reglas del arte como deberían ser; tanto en la guitarra como en la pintura y el grabado, siempre fue autodidacta. Cuando llega al salón del grabado en Ginebra, decide no repetir lo que todos hacen y termina inventando sus propias técnicas. Sus últimas obras de pintura, algunas incluidas en el libro, muestran un estilo absolutamente único, capaz de combinar lo surrealista con lo figurativo realista. Hay cuadros con imágenes etéreas y, abajo, retratos de Gladys, su hijo o el gringo Favre. Alfredo siempre pintó lo que quiso, nunca para complacer.

CD: Contar la vida de Alfredo Domínguez es pasar también por otras vidas: Los Jairas, Cavour, el Gringo Favre, Violeta Parra… ¿Crees que fue un momento único en la cultura boliviana?
SC: Yo estoy convencido de que hay momentos en la historia en los que, por alguna razón, confluyen ciertos elementos para que ocurran hechos trascendentales, y este fue uno de ellos. Hubo una feliz coincidencia azarosa, diría yo, con la llegada del gringo Favre, quien pelea con Violeta Parra y, en vez de irse a Perú, termina en Bolivia. Al ver la cantidad de folclore disperso, se le ocurre hacer algo similar a lo que Violeta hacía en Chile: armar una peña. Esa peña logra aglutinar a talentos que estaban dispersos: Ernesto Cavour ya era un charanguista notable, Joffré era un reputado cantante de boleros, y también estaban Nilo Soruco y Julio Godoy, entre otros. Lo que se necesitaba era un espacio que pudiera acoger y reunir esos talentos. El Gringo y el gestor Pepe Ballón tuvieron la lucidez de armar ese pequeño espacio que permitió entender que la música boliviana estaba más allá de lo que se veía en las calles como manifestación popular. Era una música que podías sentarte a escuchar. A partir de ahí emerge todo un movimiento que continuaría por décadas. La Peña Naira fue la primera de muchas y el punto de partida para enormes talentos. Es un momento de lucidez artística que también tiene que ver con lo que se vivía políticamente, con los cambios tras la Revolución del 52, el gobierno de (René) Barrientos y la búsqueda de espacios culturales. Siempre digo que ese momento es un parteaguas en la cultura boliviana.
CD: En la segunda columna de su libro menciona el diálogo con las personas que conocieron a Alfredo. ¿A quiénes logró entrevistar?
SC: Sí, tuve conversaciones con algunos de los más importantes. Primero, Ernesto Cavour, con quien tuve el privilegio de la amistad; siempre me brindó su tiempo y me abrió las puertas para contarme de todo. Cuando Julio Godoy estuvo por acá, también pude conversar con él. Además, hablé con personas que lo conocieron en Tupiza, como su amigo de colegio y su compañero del primer trío “Los Panchitos”, cuando tenían 15 años. Me contaron cómo eran sus actuaciones de adolescentes; todo eso está en el libro.
También entrevisté a colegas de la música como Pepe Murillo, que empezó en la Peña Naira, y Luis Rico, que lo conoció en una etapa posterior, en la peña “Tupiceña”. Pero una de las experiencias más impactantes para mí fue lograr una conversación con Indiana Reque Terán, la primera esposa del Gringo Favre. Ella vivía en París, pero pudimos hablar por teléfono. Con gran entusiasmo me contó muchas cosas muy valiosas sobre Alfredo. Dos meses después Indiana falleció, así que ese testimonio que aparece en el libro es realmente el último que dio.
Y no puedo dejar de mencionar el testimonio de Óscar Rodas, uno de los que más impulso dio desde la prensa a Alfredo, a Los Jairas y a la Peña Naira. Fue quien puso su firma para defender el concepto de “neofolclore”. Muchos años después, desde Estados Unidos, también me concedió una conversación para el libro. Y, por supuesto, Gladys, con quien pasé largas horas de conversación, de recuerdos, de captar las partes más importantes de su vida, que es la vida de Alfredo.
CD: ¿Qué significó Violeta Parra en la vida de Alfredo?
SC: Violeta fue muy importante para Alfredo. Compartían mucho: ambos eran autodidactas, músicos y artistas plásticos. Cuando Violeta descubrió que Alfredo tenía canciones propias, pero que no las cantaba, le pidió que las interpretara. Alfredo le dijo que no tenía buena voz, y ella respondió: “Para cantar no se necesita buena voz, se necesita cantar con el corazón”. Ese impulso fue suficiente para que Alfredo empezara a cantar sus canciones. Luego le rindió homenaje grabando El Rin del Angelito en el disco Folclore 2. Esa frase de Violeta, Alfredo la repitió muchas veces en Europa: “Para cantar no se necesita buena voz, se necesita ser auténtico”.
CD: ¿Cree que Juan Cutipa es Domínguez?
SC: Yo estoy convencido de que Juan Cutipa es su alter ego. Hay demasiados elementos coincidentes con la vida de Alfredo, especialmente en la primera parte de la canción. La zafra argentina, el servicio militar, las luchas y la pobreza son experiencias que Alfredo vivió. Luego, en la obra, Juan Cutipa se convierte en minero, lo que representa, creo yo, un símbolo del trabajador boliviano más entregado. La portada del disco es su autorretrato, lo que refuerza la idea de que él mismo se veía reflejado en ese personaje. Incluso esa vida trunca y temprana de Juan Cutipa, de alguna forma, parece anticipar la propia muerte de Alfredo. Es como si, sin saberlo, hubiera escrito su propio destino.

CD: Hablemos de su experiencia como artista migrante en Europa. ¿Cómo enfrentó Alfredo ese contexto?
SC: Fue muy difícil. En Europa, especialmente en los años 70, había una imagen muy estereotipada de los músicos latinoamericanos: se esperaba que aparecieran con plumas, ponchos, tocando El Cóndor Pasa para turistas. En los subterráneos de París había peruanos, ecuatorianos, argentinos disfrazados de incas porque eso era lo que vendía. Además, en 1969, justo cuando Los Jairas y Alfredo llegaron a Europa, Simon & Garfunkel lanzaron El Cóndor Pasa y fue número uno en las listas, lo que fortaleció esa imagen “exótica” en el mercado europeo. Al principio, muchos creían que el grupo boliviano iría por ese camino. Pero Alfredo nunca quiso disfrazarse ni complacer expectativas. Él salió a tocar su música, auténtica y dura, contando cómo era la vida del campesino boliviano desde un ángulo absolutamente nuevo para esos públicos. Esa honestidad le permitió ganarse a la audiencia de una forma muy original y auténtica.
CD: ¿Cómo fue el momento de escribir sobre la muerte de Alfredo?
SC: Le tenía miedo a ese momento porque había mucho acumulado. Me preguntaba: ¿por dónde empiezo? Pero vino una especie de lucidez extraña y me senté a escribir como si alguien me dictara: “Empieza por aquí y sigue”. Fueron horas largas y muy dolorosas, porque no quería que esa parte se sintiera como una noticia rápida y fugaz. Quería transmitir lo que vino después: el infierno de sensaciones que vivió Gladys para poder traer el cuerpo de Alfredo desde Europa y enterrarlo en Tupiza. Fue un proceso muy duro también para mí como escritor. Incluso necesité parar unos días antes de retomar.
CD: La Fundación Cultural del Banco Central ha impulsado varias biografías en los últimos años. ¿Qué opina de ese trabajo y cómo dialoga con el suyo?
SC: Es algo que celebro profundamente. La Fundación del Banco Central ha iniciado esta serie biográfica que llena vacíos importantes, especialmente en el campo musical, que siempre ha tenido menos investigación y menos biografía que otras artes. Ya tenemos biografías extraordinarias como la de Nilo Soruco, Gladys Moreno, y se vienen las de Alberto Villalpando y Matilde Casazola. Es una serie que hace justicia con la música boliviana y llega en un momento muy simbólico, el bicentenario. Por supuesto, siempre faltarán nombres, pero creo que esta serie sienta un precedente y marca el inicio de un camino que debe continuar: reconocer y documentar la vida de nuestros artistas y músicos.
CD: “Vida, pasión y muerte de Alfredo Domínguez” no es solo una biografía. ¿Qué significa para usted?
SC: Para mí es un puente entre el pasado y el presente, entre un artista y su pueblo. Es un intento de que Alfredo vuelva a ser escuchado, leído y comprendido no solo como el gran guitarrista que fue, sino como un hombre profundamente comprometido con su tiempo y con su gente. Es también, y lo digo sin temor, un acto de justicia cultural. Alfredo merece estar en el lugar más alto de la memoria artística de Bolivia.
Claudia Daza es periodista cultural.
Esta entrevista fue realizada para Radio París La Paz por Claudia Daza.