Desertar

Textual

Isa

Mabel Franco O.

¿Qué es un pacifista?

Don Pepito y don José son dos beneméritos cuya memoria se hace frágil. Al recuperarla por fragmentos, por instantes, y revivir decisiones que las lógicas de guerra condenan aun con la muerte, van descorriendo cortinas de polvo —de pólvora—, tras las cuales hay personas que, oh gran pecado, eligen.

Don José y don Pepito no son militares de carrera, sino civiles, campesinos como los miles que fueron arrancados de sus comunidades durante la Guerra del Chaco porque debían “servir a la patria”. Una patria lejana para ellos, tan ajena en aquella década de los 30, como la que hoy les deja poco para soñar: disponer, por ejemplo, de un pijama nuevo para cuando toque caer en el hospital.

El dramaturgo Darío Torres es el padre de esos personajes. A través de ellos se acerca a realidades humanas como la vejez, la amistad, la voluntad y a un escritor, Adolfo Cárdenas, cuyos cuentos sobre la Guerra del Chaco (El Chaco y después) —en algunos de los cuales se traza la figura de la deserción— lo ayudaron a redondear el mundo de sus Beneméritos.

Aclárese, antes de despertar indignación por esta lectura de la obra de Teatro La Cueva, que no se trata de hacer apología de la cobardía, de la traición, sino de proponer un ajuste en nuestra mira de lo que se juzga como heroico, como patriótico, como deber cívico. Desertar, deja pensar Beneméritos, puede ser un acto supremo de rebeldía, de ruptura de cadenas de mando, ante una realidad —la violencia— cuyo sentido está lejos de ser justo.

En la obra teatral, los dos excombatientes están encarnados por Kike Gorena y Darío Torres, cuya complicidad, que data de 25 años en el escenario, dinamiza cada interacción y permite que la comedia adquiera su nivel más exigente: el humor que desnuda, que despeja.

Hay algo en la mencionada complicidad que va más allá de la que dicta el texto y que el director Miguelángel Estellano parece haber cuidado. Porque es imposible no sentir y hasta ver en estos dos viejos a otros personajes concebidos por Torres y Gorena: Aniceto y Mario de la obra Alasestatuas, y no sólo por la cercanía de dos hombres librando ardua batalla, sino porque esa batalla es la de seres ordinarios, del montón.

Don José (Gorena) es el benemérito que exhibe galardones con la tricolor boliviana en la solapa del saco. Va descalzo, lo que hace pensar en los paraguayos patapilas, sutil ambigüedad que libra a esta obra de erigir bandos y hasta geografías: don Pepito (Torres) vive en un lugar indeterminado, como lo es el campo de batalla que, siendo el Chaco, podría ser cualquier otro espacio hollado por la guerra.

Todo es y no es en Beneméritos. Los galardones, por ejemplo, son baratijas compradas por don José, alguien que recurrió a una pollera para poder escapar. Por eso, estos veteranos que supuestamente merecen reconocimiento y gratitud porque guerrearon, en verdad se empeñaron en no guerrear. Huyeron, y no sólo de las balas del enemigo, sino de los abusos y la discriminación de sus camaradas y superiores.

Huir, en esta obra, representa asimismo viajar. Moverse para ir del frente de batalla al hogar, del presente al pasado. Para llegar a donde habla la piedra, es decir, para aprender a escuchar y para encontrarse con fantasmas, como el del músico encarnado por Marcelo Gonzales que con su canto recuerda a los que cayeron en batalla.

Don Pepito y don José descubren entonces cuál es su misión, la que van a asumir voluntariamente, entusiastamente: boicotear guerras. Unas guerras que hay y habrá en tanto parecen decir los reclutas de cualquier batalla decidida desde afuera, desde lejos, desde arriba, no descubran el poder de cuestionar, de patear el tablero.

Desertar, así las cosas, puede ser la mejor forma de pacificar.

Fotos: Isabel Navia – Movida de Altura

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