Mabel Franco
El boliviano Alberto Villalpando pudo elegir otro país para vivir y componer música. Tales fueron las oportunidades que le abrió su paso por el paradigmático Instituto Di Tella de Buenos Aires en los años 60 y, por supuesto, su trabajo como compositor. Pero, fiel al compromiso consigo mismo que se tradujo en un acuerdo sellado con su paisano y colega Marvin Sandi, retornó a su país. ¿Qué decía ese acuerdo? Pues que era en Bolivia donde ambos debían estar para enseñar “lo que pudiéramos aprender en Argentina, y que para eso había que prepararse lo mejor posible, a fin de poder transmitir ese conocimiento y elevar el nivel de conocimiento general en nuestro país”.
Así lo cuenta el maestro compositor a su biógrafo y también colega Cergio Prudencio Bilbao, que ha escrito en sólo seis semanas y contrarreloj un ensayo de más de 270 páginas y un anexo con seis partituras de obras creadas entre 1963 —cuando el músico tenía 23 años y ya se atrevía con la música dodecafónica— y 2016.
Acometer con semejante texto, que incluye un catálogo de todas las composiciones de Villalpando, aun la última terminada al cierre de la edición del libro —obras sinfónicas, de cámara, para instrumento solo o voz, coral, ópera, música electroacústica, para cine y teatro— podría parecer una hazaña y hasta un riesgo, y lo sería si no fuese porque para llegar al libro hay una relación, aclara el autor, de largos años entre ensayista y retratado; una relación de acuerdos y también disensos entre alumno y maestro, entre intérprete director y compositor, entre colegas, entre amigos y entre escorpianos nacidos con 15 años de diferencia.

Foto del libro Alberto Villalpando, profeta de sí mismo.
Alberto Villalpando, profeta de sí mismo es el libro que, afirma Prudencio, también podría haberse descrito como biografía autorizada en lugar de ensayo biográfico. Ocurre que si bien el ensayista ha diseñado la estructura del texto, apelando a su conocimiento de la trayectoria del artista potosino y lo que quería significar con tal información, y a que ha decidido qué preguntar antes y qué después —para profundizar en lo sabido, lo intuido y lo desconocido—; a que ha dispuesto el contexto que amplía, informa y aclara hechos, nombres, lugares, momentos y conceptos, es el diálogo con Villalpando –su voz, su habla– el que valida el contenido y le otorga una especificidad respecto de otros escritos sobre el maestro.
El contenido del ensayo de Prudencio está desplegado en trece capítulos que, si se debiese graficar, podrían representarse como espacios en espiral por los que transita y se explica la trayectoria de un artista. Y no cualquiera, sino un boliviano. Y no de cualquiera, sino de un compositor que, afirma el autor, ha sido “un factor transformador por excelencia de la praxis musical académica en Bolivia”.
La imagen de la espiral permite asimismo darle una dimensión en movimiento al concepto de profecía que explica el libro sin que parezca un exceso, pues hay todo un contexto, incluso anterior al nacimiento del niño Alberto en noviembre de 1940, que explica —así permite el ensayo— sus presentes a lo largo de 60 años de labor creativa y formadora y que fueron ratificando lo que supo/sintió/decidió para el futuro apenas había salido de la adolescencia.

Foto del libro Alberto Villalpando, profeta de sí mismo.
Villalpando se profetiza “en el sentido más bíblico del término”, dice el ensayista Prudencio, y como ejemplo de prueba señala unos experimentos para piano de 1958, dos años antes de la obra que se conoce oficialmente como la primera, logrados “en un lenguaje sorprendentemente vanguardista, difícil de explicar en aquella sociedad en proceso de desintegración que para entonces empezaba a ser la otrora ilustre Villa Imperial”, escribe.
Potosí fue, de todas formas, la ciudad que le dio las primeras herramientas al joven Villalpando gracias a las clases de teoría impartidas por un tío que tocaba en una estudiantina y las de armonía a cargo de un cura español. Y luego, la presencia de un vacacionista amigo, Marvin Sandi, que acercó a Villalpando y a Florencio Posadas los ecos de la vanguardia que se estudiaba en el Conservatorio Nacional de Música de Buenos Aires. Es decir, distintas fuentes de diversas tradiciones como estímulo para el futuro compositor.
En Potosí, pues, comienza la historia del creador de música contemporánea boliviana. Y por tanto antes, señala Prudencio, de su formación en Argentina que tuvo un intenso y productivo después en su país de origen, aunque sin Sandi ni Posadas, cuyas muertes tempranas lo dejaron solo para asumir la propia profecía. Qué hubiese pasado, se pregunta una, si estos tres potosinos hubiesen retornado.
El libro, editado por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia como parte de una serie de biografías de personas del ámbito cultural del país, permite asomarse a un proceso creativo particular: atisbar en el interior, el espiritual, y el del método, el externo, en el ir y venir entre ambos. Prudencio inquiere, el biografiado responde, a veces sorprendiéndose por lo que la pregunta le permite reflexionar sobre sí mismo.

Foto del libro Alberto Villalpando, profeta de sí mismo.
Como el ensayista se ocupa de explicar contextos, quien lee entra en la espiral y es convocado a acompañar y/o atisbar en un Villalpando que es parte de un tiempo, un mundo, un país; que además de creador musical es formador, escritor, amigo, pareja, etc. Cada quien se dejará fascinar por algún aspecto, por ejemplo por lo que grandes maestros y países le transmitieron o no, o por su experiencia al frente del Conservatorio Nacional de Música en La Paz y las consecuencias del Taller de Música de la Universidad Católica Boliviana, o por la relación con Jaime Saenz (a quien, dice, abrió al esoterismo), o por sus tres matrimonios y el enamoramiento como factor clave para la creatividad, o por las vicisitudes de su libro ganador de uno de los premios Erich Guttentag. Etcétera.
Lo que se hace imperativo es, en cualquier caso, escuchar con oídos de hoy la respuesta del maestro Villalpando al por qué quedarse en un país del que, por razones de desencanto, de ajuste de cuentas o por “ausencia de oportunidades”, se querría emigrar. “Básicamente porque soy boliviano de nacimiento”, explica el potosino que vivió en La Paz, Santa Cruz y ahora en Cochabamba. “Pienso que la geografía te hace, te da una forma de ser, una forma de ver el mundo, una forma de alimentarte, de pensar, de reír, de comer, en fin. Eso se hace casi inalienable en una persona”, describe. Y, “porque mucha de la música que he hecho responde a la sonoridad que yo he oído en Bolivia”, añade desde su profesión. “Eso de la geografía suena (que da título a la biografía crítica publicada en 2025, obra de Blanca Wiethüchter y Carlos Rosso) no es tan gratuito como parece, es realmente la geografía que voy a hacer. Tengo infinidad de recuerdos acústicos, no solo de Potosí. Solía ir de vacaciones a una cabecerita de valle que está como a unos cuarenta kilómetros de la ciudad de Potosí, ya una población rural con mucha presencia indígena. Y esa es la sonoridad que yo tengo. Entonces, no sé más”.

“La tierra te ha dado”, concluye Prudencio. “La tierra me ha dado”, confirma Villalpando. Una tierra de la que no se queja, resalta el biógrafo, quizás porque el hombre artista encontró y trabaja la fórmula: no esperar las oportunidades, sino aprovechar las que están dispuestas e ir creando nuevas. Los resultados, además de la obra musical, “muchos compositores a los que, en casi todos los casos, él nos explica de manera directa” dice Prudencio y cita algunos nombres clave: Agustín Fernández, Freddy Terrazas, Willy Posadas, Luis Moya, Johnny Silva, Nicolás Suárez, Raquel Maldonado, el propio Prudencio…
Alberto Villalpando, profeta de sí mismo. Ensayo biográfico se presentó en julio en Cochabamba, donde vive el maestro y da clases de música en la Universidad Mayor de San Simón. Ahora, en septiembre, La Paz recibe esta biografía como corresponde: con una pianista dejando escuchar al profeta.
Mabel Franco, periodista cultural
Escucha la entrevista de Cergio Prudencio para Radio París La Paz