Un libro conjunto, lecturas, publicaciones individuales… En el Bicentenario de Bolivia, una veintena de poetas trae a la memoria las Noches de Arawikus que solía encabezar Alberto Guerra Gutiérrez. La cosecha de poetas orureños es fructífera.
En la víspera del solsticio de invierno de este año pude visitar Oruro para la celebración de la noche de arawikus. Este evento es una rememoración de los encuentros de poesía que encabezaba Alberto Guerra Gutiérrez, en los ochenta y noventa, bajo el rótulo de 15 poetas de Bolivia, aunque a veces eran más o menos.
Lo que sí, no eran “más o menos”: eran buenos. Pongo algunos nombres: Gonzalo Vásquez Méndez, Antonio Terán Cavero, Alberto Guerra Gutiérrez, Benjamín Chávez, Roberto Echazú, Matilde Casazola Mendoza, Eliodoro Aillón, Álvaro Díez Astete, Iván Decker Molina, René Antezana J., Edwin Guzmán Ortiz, Igor Quiroga, Marlene Durán Z., Eduardo Nogales Guzmán, Jaime Nisttahuz, Fernando Rosso, Eduardo Kunstek Montaño, Jorge Alcoba Arias, Jorge Enrique Valdez y Nelson Céspedes Beltrán.
Hace algunos años, dentro del programa del festival del solsticio de invierno de la Casa de la Cultura Simón I. Patiño, de la Universidad Técnica de Oruro, a instancia de la Unión Nacional de Poetas y Escritores filial Oruro se realizó una lectura y q’owa en la Plazuela del Poeta “Milena Estrada Sainz”.
Este 2025 hubo la sorpresa de la aparición de un nuevo grupo de voces poéticas, que reúne a jóvenes de la ciudad de Oruro y que, a instancia, insistencia y motivador auspicio de Javier Tarqui y Marco Arancibia, ha hecho varias actividades y lecturas, además de la publicación titulada Oruro en la poesía – Poetas del Ande.
Varios no pudieron entrar en la publicación, pero sí leyeron aquella noche. Como es una aparición súbita, algunos nombres y rostros se me van; sin embargo, rememoro algunos de los episodios más emotivos de la noche.
La parte musical fue enaltecida con mi siempre admirada Aylin Bernal, quien de seguro es ya una de las mejores voces de Bolivia, y con el dúo de los hermanos René y Noelia Acapa, que hacen música instrumental increíble al tocar a Alfredo Domínguez y Ernesto Cavour con mucha precisión y fuerza.
La lista de jóvenes vates fue la siguiente: Jair Siles Veizaga, Tiffany Guardia, Michelle Alarcón, Nareth Jhaman, Laura de Oliveira, Tatiana Ramos, Elian Vasquez, Valentina Gonzales, Elizabeth Mamani, Laura Flores, Miguel Gamboa, Alek Medinaceli, Germán Soto, Xavier Nuñez, Mark Ramval, Tatiana Bustamante, Jorge Garnica, Rafael Percka, Abigail Flores y Rolan Kevin L.
Los poemas de la noche fueron los de Jorge Garnica y Tatiana Bustamante. En el primer caso, un poema largo y contrastante de amor de madre y ausencia, sin la enfermiza tonalidad del gimoteo; una tristeza sin agobio, un viaje de dolorosa resignación. En el segundo caso, episodios oníricos, pisotones sobre las imágenes.
En líneas generales, me fui dando cuenta de que la ciudad está hablando a través de ellos, de que quedan huellas del pasado mineral y símbolos de nuestra tradición, como el carnaval, pero también está un sentimiento retador frecuente.
Verso a verso
En la publicación conjunta Oruro en la Poesía se me hacen familiares algunos nombres. Naret Jhaman, pintor de diablos, nos regala este fragmento:
Los mineros caminan como fantasmas, con ojos quemados por polvo y promesas, saben que en la roca duerme el abismo, y que cada golpe invoca a las estrellas. Las llamas que cruzan las noches de Oruro no son fuego: son gritos, danzas sin cuerpo, los diablos que bailan no pisan el suelo, flotan en ciclos de tiempo y silencio.
Naret Jhaman
Incluye también un poema de sentido, soltura y franqueza de Elian Vásquez, mal llamado Supay, estudiante de antropología y realizador audiovisual.
Frío ¿Dónde estás? ¿Dónde te encuentras? Siento frío, mucho frío se me congelan las venas la sangre se enfría pienso frío y pienso en el frío como salida. Tomar el frío, beberlo al dolor quemarme el vientre vomitar el amor. quedarme en el pasado. no haberme olvidado. Has enviado del pasado ilustrado, del dolor naufragante del dolor errante de las espinas que se forjan. Hay estalactitas de sangre, que rasgan mis venas. Quieren sentir cómo se arrancan mis venas. que se adormezcan mis brazos que sienta escalofríos. que te abrace en el tímido silencio de las muertes anunciadas. ¿Dónde estás? Tengo frío… Veo la sangre haciéndose charco y del charco se escarcha mi sangre. Siento frío, aunque el sol pegue como el infierno mismo. Siento frío, aunque la soledad te estanque. Aunque los minis no arranquen. Aunque las ventanas sientan frío. Ven a verme, porque hace frío, las cobijas están en casa. Las frazadas de tigre se han quedado coladas. Y querido salir buscando en el delirio tu mirada, y solo. Estoy viendo el suelo, con evidente desgana. Mi cuerpo se arrepiente, no puedo elevar la mirada, todo se vuelve rojo. el frío es rojo, y se vuelve blanco por la escarcha. No hay más, solo viento oigo, tus pasos corriendo, sabes que es tarde, al menos siento el calor. de tus lagrimas al verme, arrepentida de que el mini llegue tarde. porque irónicamente el motor siente frio. Se ha enfriado. así como la vida. así como yo a tu lado.
Libros propios
Tres poetas han dado un paso más allá y han publicado por su cuenta sus primeros libros: Jair Siles, Michelle Alarcón y Valentina Gonzales-Aramayo.
Jair Siles Veizaga tiene estudios en antropología, es parte del colectivo Urus Delirium y desde hace algunos años pertenece a la Unión Nacional de Poetas y Escritores. Con su primer libro Mixtura Visceral ha experimentado su mirada de postales urbanas de Oruro. Aquí dejamos un fragmento de su poesía.
Postal algo visceral Viendo la ciudad desde el café de Arquitectura, me percato de que la ventana se asemeja a un hormiguero, un hormiguero humano, y me llama con ese sentido de pertenencia. Pareciera que sus pasos me estudian, pareciera que sus bocinas me oyeran, la manera en que se pasan los semáforos y el cielo aparenta estar roto por tantos cables que lo atraviesan. Viendo la ciudad desde el faro, donde los jóvenes se disuelven en abrazos y los atardeceres cambian tristezas por sonrisas o sonrisas por tenues lágrimas, algo se cocina entre los labios y las manos. Estando tan cerca del templo San Miguel, se oyen las máquinas de bordado, se oyen las travesuras de un duende en el teatro al aire libre. Viendo la ciudad desde la Avenida Cívica, donde los soñadores plagan las graderías, los ayeres hacen círculos en sus pupilas, hechizados por los cerros y las calaminas, brevemente disipados solo por el teleférico y sus sombras, mientras el sol dice adiós ante el bosque de antenas del San Felipe. Viendo la ciudad desde la ventana de un Volkswagen que bulle en la 6 de octubre, casi un estudiante se hace pisar, ¡qué interminables los letreros de las ópticas!, ¡qué sofocantes son sus bares en los que no podemos bailar!, ¡qué irrisorio se oye todo desde afuera!
Michelle Alarcón tiene un libro titulado Sabor a olvido, con un paseo en cuenta regresiva de tequila, limón y sal. Con formación de Economía y Bellas Artes, se nota la instintiva búsqueda de una voz auténtica y se vislumbra entre el humor sardónico el experimentar algunos recursos que de seguro con el tiempo encontrarán su propio cauce. Aquí unos versos:
1178 (durante una auditoría) En la auditoria de los sentimientos hubo un sobrecargo de facturas, un desfalco a la cordura y un sobregiro al karma. Hubo más impuestos pagados que los correspondientes y más pérdidas que ganancias. (…) ¿Quién audita los años perdidos, los intereses de la soledad acumulada y quizá contabiliza promesas vacías?
Valentina Gonzales-Aramayo ha sido finalista en un concurso de poesía llamado hace algunos años por el municipio en el marco del Festival Internacional de Poesía de Oruro y es también integrante del colectivo Urus Delirium en el que hace teatro. Hace un año fue participe del encuentro de mujeres poetas organizado por Virginia Ayllón, con asistencia de la poeta Verónica Laura. A partir de ese momento la poesía es una estrella en la nebulosa bruma de la pampa orureña que no le estaba dejando navegar con soltura. En su presentación se nota que ya ha arrojado un calcetín hacia la performance y, en su publicación, se siente un aliento editorial que bajo las alas ya nombradas vino a llamarse Editorial Pirotecnia. De ahí extractamos:
Procastinar Hay abortos míos por las repisas, sobre el escritorio, encima la mesa; algunos todavía se mueven en agonía, se retuercen se revuelcan en su inmundicia. Los colores todavía palpitan en sus lánguidos cuerpecitos, alargan sus manitas buscando… Me, suplicándome que reconozca su existencia.