Lupe Cajías
Texto leído por la autora en la presentación de la edición digital de El Duende Cultural, el 5 de septiembre, en la Fundación Patiño de La Paz.
Buenas noches, siento el aliento de don Luis Urquieta detrás de mi nuca. Así que también a él lo saludo, a su hija Patricia, a su familia, a Benjamín y a los amigos que quincenalmente me dieron un regalo de domingo.
Es primer viernes de mes, el día en el cual la gente de El Duende, don Alberto Guerra, koaban. Buen augurio.
No es posible hablar de El Duende sin hablar de Oruro.
Mucha gente no entiende mi amor por Oruro. Tampoco yo lo entiendo completamente ni puedo precisar cuándo, cómo ni por qué. Tengo la vaga idea que es una adoración desde la infancia, quizá porque mi padre gustaba de llevarnos de paseo para simplemente disfrutar un corderito en el bar Oruro o en el Naijama.
Con mi novio, viajábamos horas en destartalados buses sólo para llegar al mercado, tomar api con pasteles, pasear de la mano por la plaza 10 de febrero, subir a la Ranchería, tomar un helado de la Polar, comer un brazuelo en un restaurante o un charkekan en la calle y volver a La Paz al atardecer.
Después fueron las muchas visitas al carnaval y sus innumerables episodios, incluyendo el surrealista Festival de Poesía en medio de cohetes y bandas que organizó Benjamín.
También me enamoré de Oruro mientras la recorría con los testigos de los momentos más gloriosos de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, la biografía de Juan Lechín, los salones del Hotel Edén, el hotel El Repostero, la confitería. Oruro tan democrático y hospitalario, tan lleno de recovecos únicos en el mundo.
Amor heredado por mis hijos, amor entrañable.
A fines de los ochenta pensé que debía suscribirme a La Patria, el subdecano nacional, y a otros periódicos regionales para entender mejor al país. Poco tiempo después comencé a escribir artículos y mi columna En Rojo y Negro en todos ellos.
Así conocí a Luis Urquieta, escuché embelesada sus cultas charlas, recibí libros que él auspiciaba con sus propios fondos. Asistí a una velada poética de un casi adolescente Benjamín Chávez. Poco a poco me convertí en coleccionista de El Duende y festejé sus diversos aniversarios.
El mejor suplemento cultural del país era un espejo de ese hermoso Oruro difundiendo a sus escritores y artistas desde la portada a la última página con la sección especial, a la vez que era universal.
Hace poco redacté esta nota para el último número impreso del suplemento El Duende del periódico La Patria de Oruro, Bolivia.
Los duendecitos no tienen edad definida. Nacen adultos y maduros; tienen claridad sobre los asuntos que deben tratar. Traen la experiencia atávica de los siglos que parten desde la Atenas de ojos de lechuza hasta la culta Charcas, desde Isla Negra hasta la Siberia.
Sus vecinos no se enteran cómo crecen paso a paso, año a año, número a número, domingo 300, quincena 500, mes 1000.
Enfrentan al mundo que les toca vivir con toda la fuerza acumulada en su pequeño tamaño, como una bala de lanzamiento olímpico.
A la vez, mantienen la candidez del recién nacido, del niño que se ilusiona cada semana, de los chicos que fabrican utopías para vencer la maldad que los rodea. Abren la ventana y buscan escondites entre las hojas que bate el viento, el viento del sur, el viento que forman los arenales de Oruro, Bolivia.
Traen entre sus mensajes secretos infinidad de textos de todas partes del planeta Tierra, de todas las épocas desde que la Humanidad dominó la palabra, el verbo. Hoy puede ser la carta de Stefan Zweig, mañana un autorretrato de Alejandra Pizarnik, en la tarde el poema de Eduardo Mitre, al atardecer la última traducción de Han Kang. Mucho por conocer, mucho por aprender.
Reviven muertos catalanes que pocos recuerdan o esparcen criterios para entender las transformaciones literarias de un premio Nobel peruano.
Hay muchos novelistas bolivianos. Muchos ensayistas escriben desde La Paz o desde Cochabamba. La poetisa más joven nace en Santa Cruz. Muchos autores inventan fuera de las grandes ciudades. Muchas mujeres de los años cincuenta son extraordinarias pintoras.
Cada portada luce un cuadro original.
Desde el cielo, el duende mayor, Luis Urquieta, los guía para avanzar a una meta que siempre se mueve más adelante.
Para que los duendes traspasen las nubes y desde allá arriba comprueben que el firmamento es firme y seguro para quienes, en medio de las guerras y de los genocidios, dan pasos preciosos para ayudar a los demás a ser, al menos por un momento, felices y agradecidos.
Viena, a orillas del Danubio
25 de junio de 2025
Lupe Cajías es periodista, historiadora y escritora boliviana
Para leer El Duende, visita https://elduendeorurocultural.com/
