Acerca de Los hijos de Goni y sus nietos

Textual

Isa

Sergio Gareca

La tercera edición del libro de Quya Reyna, presentada en Santa Cruz, lleva al comentarista a estampar notas al margen de la marginalidad que se le suele atribuir.  Y a mirar a la autora más allá de este texto, más allá de El Alto, más allá del indigenismo.

Agradezco, en mi condición de orureño, la oportunidad de presentar Los hijos de Goni, de Quya Reyna, libro escrito desde la llamada periferia o marginalidad. Si los alteños son el “más allá del margen” porque los separa la Ceja de la ciudad de La Paz estando tan cerca, yo, que siempre he vivido más allá de Senkata, debería asumir una submarginalidad más marcada aún. A eso hay que sumarle el hecho de que esta presentación se hace en otra ciudad, también marginal o periférica, como es Santa Cruz.

Esto último podría parecer chocante, porque Santa Cruz es parte del eje central, pero el simple hecho de ponerla en una línea obligatoria de “lo central” la margina, por su dependencia irremediable con el tronco, de lo que tradicionalmente reconocemos como neurálgico de nuestro país. Estas comparaciones son necesarias al momento de ingresar al libro.

Los hijos de Goni es un texto de contexto, y si bien cada libro lo es, esto tiene una significativa importancia en el caso de Quya. Creo que abundar en el asunto de la radiografía de El Alto no vale mucho la pena porque es lo que más sobresale y lo que más comentarios ha suscitado, además de que se ha expuesto también el carácter ventrílocuo de otras escrituras con respecto a realidades que no les son vivenciales a ciertos autores, aunque esto sea también discutible. Quisiera hablar un poco al respecto de la escena literaria boliviana, como inicio del contexto.

Qué es lo marginal

¿Quiénes constituyen el público lector boliviano? ¿Quiénes establecen el “canon” (aunque se lo soslaye)? ¿Dónde fluye el chisme picante de la literatura boliviana y qué cosita se sirve en ese bufet?

En varias de las críticas que me ha tocado leer respecto del libro, se habla de que está al margen de la academia. A mí esa posturita de lo académico y lo no académico no me convence. Porque ni bien uno abre un libro con más o menos intención de saber, aprender, gozar o maldecir, de por sí ya es, aunque sea minúsculamente, académico. Los que se niegan a la academia ponen la rebeldía a un paso del cretinismo.

Pasa que los que hemos nacido al margen del margen hemos tenido que hacer academia donde no había. Entonces, resulta ilusoria la categoría de la literatura oficial y la literatura marginal. Todo viene del mismo lado y da vueltas a la misma cosa. Me refiero a que, por ejemplo, Octavia se considera rock nacional, aunque sea rock de La Paz. Nadie se preocupa porque haya rock en Pando o rock en Tarija. Se asume la bolivianidad de una cosa, directamente a partir de su relación con el centro político del país. Aunque para mí ni siquiera pueda llamarse rock.

De igual modo, editoriales, carrera de literatura, principales diarios del país, medios de comunicación, instituciones públicas culturales y otros están en un remolino cuyo ojo está directamente en ese centro político. De tal modo que, si hay una literatura en el Beni, ni siquiera es marginal, es provinciana, anacrónica, costumbrista, por debajo de la sucia marginalidad.

Esto de bolivianidad forzosamente nos hace un territorio imaginario, y cuando se nos dice que Los hijos de Goni nos da una idea de “verdadera Bolivia”, me pregunto si hemos estado todos en el mismo país. Ahora mismo en Santa Cruz la cosa es distinta con respecto al canon o la bolivianidad. Además, que viviendo ahora yo aquí, me doy cuenta de que esa misma idea es la que gobierna. Si no fuera por los prestigiosos premios ganados fuera del país por las escritoras cruceñas, estaría completamente seguro de que la mirada sería la misma: la literatura cruceña quedaría siendo igual a la literatura provinciana.

Entonces, lo primero que estoy diciendo es que, si vamos a mirar este libro desde “la marginalidad o la periferia”, no le estamos haciendo ningún favor. Porque es lo mismo que decir que es un libro desprolijo, un libro hecho por la casualidad del contexto y la situación deplorable de su origen, y que nos está mostrando algo que no se veía por los ojos de una oficialidad. Esto último no hace más que reconocer que hay una literatura oficial, ajena. Y yo creo que, desde Víctor Hugo Viscarra, y antes, no hay nada más oficial que andarnos haciendo a los marginales.

Además, que me anula como lector, pues se estaría escribiendo directamente para que ese “círculo oficial académico” mire el libro como diciendo: “Miren qué simpáticos son los pobres”.

Una literatura de apronte

Ahora, haciendo a un lado “la marginalidad o periferia”, ¿nos queda un libro del cual hablar? Desde luego que sí. Porque pienso que el enfoque debe hacerse desde el lado contrario.  También se ha dicho en las críticas, como suele decirse de manera halagüeña de muchas otras cosas, que Quya es “la primera que…”, o “la única que…”, y pienso que eso tampoco le hace un favor al libro ni a la autora. Porque son adjetivos de mucha ligereza, no hay profundidad en esos criterios.

Desde hace algún tiempo, El Alto, como zona específica, parte de una bolivianidad en extenso más compleja, ha comenzado a plantearse la razón de su existencia, ha empezado a pensar su realidad a partir de la construcción de los capitales y su asentamiento económico desde finales de los setenta y entrando a los ochenta. Arduo y tesonero ha sido el esfuerzo de la nación aymara para consolidarse como una ciudad propia, y no un anexo, rebalse y sobra de otra ciudad que a pesar de estar debajo de El Alto siempre la había visto por encima del hombro del Illimani.

Esta consolidación económica le ha permitido disputarse el poder, ser determinante en el proceso político, tener la fuerza suficiente para encarar al Estado desde la racialidad y la identidad.

Al ser un proceso económico y político, por lógica desencadena un efecto a nivel cultural, porque la posesión de lo simbólico, desde el imaginario, es la consolidación plena del poder. Vale decir que no son sólo las artes tradicionales del textil o de la alfarería, que la mirada hosca también sigue mirando como provinciana, folklórica, exótica, sino la conquista de otros espacios que corresponden a la literatura, el arte, la música, donde la indianidad no es víctima de apropiación cultural exógena, sino agente activo en la posesión de formas estéticas que prejuiciosamente son occidentales.

De tal forma que la obra de Quya no es marginal o periférica: es la consecuencia lógica de un proceso histórico de medio siglo; es una literatura de apronte porque está tomando el espacio que evidentemente no se le daba a una ciudad que era considerada como una posta y no una residencia.

El título del libro nos da la idea del momento de un parteaguas histórico para El Alto, y Bolivia, como es la guerra del gas, su primera victoria como hecho totalmente aglutinador de una identidad, y que además le ha dado el conocimiento de su vocación de poder. Ahí, la importancia capital del libro de Quya es el recuerdo de la vida propia como razón primigenia, de la construcción de esa identidad. Es decir, uno puede acordarse de que se tuvo una victoria, pero puede que olvide las razones de esa lucha. Y eso, definitivamente, vive en las páginas de Los hijos de Goni: las razones y las emociones que han dado una razón de ser a una sociedad.

En tal sentido, hay una guerra declarada, ya no como un simple bloqueo de El Alto contra la ciudad de La Paz. Los cholets y otros edificios de vanguardia nos están diciendo “vamos a invertir en nosotros”, como acto de independencia económica. La ruptura con Evo Morales nos está diciendo “actuamos con independencia política”. Y desde la literatura y el pensamiento, desde Quya —que no es la única de su generación—, se está marcando una independencia estética y, en otros casos, como el de Macusaya, una independencia ideológica.

Tal vez sea necesario recordar que El Alto tiene su propia Feria del Libro, o sea, que ya le está disputando a La Paz su capital simbólico cultural. La conquista del espacio vertical, si queremos hacer metáfora del “Perro gris”, del texto que hoy nos incumbe. Desde ese punto de vista, se ve la importancia de este libro, no como un libro marginal o periférico sacado del tacho de los desperdicios. Es la conquista de un espacio más ambicioso.

Análisis de Quyuntura

Ahora, si entendemos el libro como el efecto de un transcurrir colectivo, que evidentemente lo es, creo que limitarlo por su temática y contexto también iría en desmedro de la autora.  Sería aceptar de inmediato que Quya no puede escribir más allá de lo anecdótico político, o sugerir que es incapaz de ver el mundo más allá de una ventana de teleférico.

Hay que entender que los textos que contiene el libro tocan temas profundamente humanos, y eso no tiene que ver solamente con El Alto. Por eso también es que descreo de la marginalidad, porque es lo contrario, es por la universalidad de los sentimientos, de las emociones humanas, que el libro nos cautiva. Aquí creo que es importante entender a la autora. Es un libro inocente y hasta cándido en algunos momentos. Porque Quya está enfrentada a su niñez. Digo que es inocente porque es el primer material del que dispone para encontrar una vocación literaria. Si bien, como ella misma ha dicho en algunas entrevistas, sólo ha empezado a escribir en Facebook lo que pensaba, no sólo es el pensamiento en su fase categórica. Estamos hablando de una vena escritural, una vocación de estilo, que más pronto que tarde la gente ha podido sentir.

Hay una voz auténtica en Quya que viene de su escritura clara. Cuando escribe artículos, tiene muchos seguidores porque son textos evidentes. Condensan opiniones, no en una postura, sino en un constructo ordenado y lógico. No divaga. A diferencia de la intelectualidad descolonizadora que va a ponerle un pie de página de Enrique Dussel, para que los lectores estén más perdidos que Tuto en el mercado, Quya evita la polisemia. Evita la sugerencia. A eso el Jach’a Flores le decía “La Lógica Aymara”, cuando no hay que complicarse con la teoría, cuando el mundo es práctico porque el mundo no es una filosofía, es una práctica de los saberes.

Es importante distanciar el fondo de la forma porque, de lo contrario, vamos a hablar solamente de una Quya política de El Alto. Que, si bien es la verdad, no es toda la verdad. Si uno está atento a sus publicaciones desde la primera edición de Los hijos de Goni, va a notar el enriquecimiento de sus recursos retóricos. Análisis de QUYUNTURA, y lo que podría resumir su estilo viendo-viviendo, o, vi-viendo.

Pero hay otros detalles de puro lenguaje en el libro. Una persona de oficio puede darse cuenta de que el movimiento emotivo de los textos ha sido logrado por la exclusión de guiones de conversación. Eso es algo intencional, es un planteamiento de estilo. Ahora que somos amigos con Quya, a pesar de que no hablamos de esto, yo sé que ella está tratando de vencer esa primera escritura. Y está buscando. Pone a prueba otros espacios, ha participado en Stand up, está entrando en lecturas que ya no son sólo sociológicas. Esto es también muy importante, porque cuando se tiene un libro en tercera edición, el autor puede creer que es definitivo. Y no. Ahí veo yo la humildad de Quya. Está frente a un desafío grande: vencer un primer libro exitoso.

Por eso es muy importante entender a Quya, no como una autora que está limitada por este texto. Otra prueba de ello es que ahora vive lejos de El Alto y que no es únicamente ese tema el que la persigue. El libro le está abriendo el mundo junto con su accionar en el periodismo y otras experimentaciones. No está permanentemente mirando el ombligo de la hoyada. No le tiene miedo al crecimiento personal.

Por otro lado, quiero celebrar la presentación de este libro en un momento histórico para nuestro país, porque justamente es el fin de los hijos de Goni y es el tiempo de los hijos de Evo.

Viendo lo acontecido en las últimas elecciones, es evidente principalmente la ausencia total de un discurso que pueda proponer otro paradigma al de la multi-pluri culturalidad. Vale decir que ninguno de los candidatos ve al país como una entidad de identidad. Existe para ellos una Bolivia económica, pero no existe una Bolivia racial, étnica o cultural.

En ese sentido, la obra de Quya es muy significativa. Porque en su cerebro como en el de otros se está gestando algo que algunos hemos intuido desde hace mucho. En un principio era el indio sin saber que lo era, luego era el indio y era un indigente. Más tarde el indio era indianista o indigenista. Ahora debe venir, también por consecuencia histórica, el postindigenismo. Porque a nadie en las tierras bajas le debe agradar el monopolio occidental de la ideología y la pluriculturalidad, y porque el desgaste conceptual exige otro mundo menos víctima: justamente para superar esa mirada enfermiza de marginalidad.

Lo que en adelante sea es un misterio; quizá sea la realidad chamakánica o, en lugar de indigenismo, indigenética, el indígeno futurismo. Ahora que todo ha llegado a debacle, (y acaba de terminar agosto), la tierra está fértil.

Sergio Gareca es poeta orureño.

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